No cometerás adulterio. Éxodo 20:14.

El mandamiento en el que estamos reflexionando hoy es un baluarte para el hogar y para la relación entre las parejas (ya sea que estén casados o de novios), al establecer el gran principio tan perdido de la fidelidad. ¡Cuántos hogares y cuántas relaciones amorosas han naufragado por el flagelo del adulterio o de la infidelidad! ¡Cuántos corazones rotos, cuántas heridas casi irreparables ha dejado! Quien es infiel está despreciando a su pareja, faltándole descaradamente el respeto, defraudando a sus hijos, no tomando en cuenta su felicidad y su bienestar emocional y moral. Está tirando por la borda, en un arranque de locura inmoral, el valor sagrado de la familia.

Si, como se promociona hoy en forma abierta o sutil, la satisfacción sexual pareciera ser el pilar fundamental que mantiene unidas a las parejas, no es de extrañar que tantas naufraguen: siempre vas a encontrar una mujer (o un varón) más deslumbrante que tu pareja. Siempre habrá alguien “superior” a tu cónyuge o a tu novio/a. La búsqueda sería interminable. Por eso, la relación entre las parejas tiene que estar basada en algo más sólido, fuerte, noble y permanente que la estimulación sexual. Es la amistad, el compañerismo, el compartir una historia significativa, un proyecto de vida, una familia, un sentido de pertenencia, un amor profundo y puro lo que constituye el verdadero fundamento de una relación y de un hogar. Para eso, esta relación tiene que estar basada en principios morales y espirituales elevados, no en emociones o circunstancias, que son tan lábiles y frágiles como todo lo humano. Solo los principios divinos, sostenidos en el alma por el Espíritu de Dios, pueden garantizar la felicidad y la estabilidad de una relación.

Nuestro Salvador nos explica, también, que el mandamiento de no cometer adulterio implica la pureza de la conducta externa y de la interna (ver Mat. 5:27,28). Implica rechazar la lascivia, la lujuria de los ojos y del corazón, las prácticas inmorales condenadas en la Escritura. Implica fomentar la pureza sexual, el no considerar el sexo como un fin en sí mismo (lo cual nos animaliza), sino como un vehículo físico para la expresión del amor profundo y la unidad entre dos personas de distinto sexo, en una relación de compromiso, ayuda mutua y exclusividad.

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2015
“El tesoro escondido” Por: Pablo Claverie






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